“Creo que se podrían hacer diez films diferentes sobre Emma Bovary”, decía el impresionista Minnelli, autor de la versión cinematográfica de 1949 sobre la novela de Gustave Flaubert. La de Chabrol es la novena versión. Entre las anteriores se cuentan una de Renoir en 1933, otra al servicio de Pola Negri en 1937 y una peculiar del ruso Alexander Sukurov en 1988. Y es que Madame Bovary admite tantas versiones como interpretaciones se han hecho de ella y de su personaje. ¿Cómo poner de acuerdo a Sigmund Freud, Henry James y Somerset Maugham, que escribieron contrapuestos ensayos sobre el tema? Chabrol, cínico impenitente tanto en sus películas como en sus declaraciones, confesaba con una cándida sinceridad sospechosa:
«He querido ser lo más fiel posible al texto del autor. He intentado hacer el film que él hubiera hecho de haber tenido una cámara en vez de una pluma».
La denostación por pura entelequia apriorística estaba servida para la crítica: Chabrol, el inconstante, había sucumbido ante una mera ilustración.
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