Bertrand Tavernier
Les enfants du paradis, que Jacques Prévert escribió y Marcel Carné produjo y dirigió en Francia durante la guerra, roza la perfección de las películas de su especie, y a mí esa especie me gusta mucho; el romanticismo más excelso acerca del atractivo de los barrios bajos y de la gente de teatro y los criminales que viven en ellos, realizado con un elevado sentido poético, con una teatralidad rica en detalles, con un estilo delicado y hábil, y con una sofistificación que se limita a pulir y refrenar, en lugar de aniquilar y sonreír satisfecha a espaldas de sus elementos más vulgares y profundos. Todos los personajes son un poco más grandes y más maravillosos que la vida misma: un mimo de talento, un actor florido y sutil, un criminal egocéntrico, un caballero de trato distante y majestuoso y la hipnótica belleza de los bajos fondos que todos persiguen y que, a sus respectivas maneras, todos poseen. El argumento tiene una grandilocuencia insignificante y caduca similar: estudio del amor y de las múltiples relaciones empobrecidas del amor, lleva el modelo del mundo como un teatro y viceversa hasta el extremo y lo hace siempre con tanta elegancia e ironía como intensidad y compromiso