" Ya es hora que el arte deje de ser bufón de la corte"

Vladiir Mayakovski (1893-1930). Poeta, comediógrafo


viernes, 13 de febrero de 2009

Cinemateca UGT. Domingo 15 de febrero a las 18 h: La fabrique du conte d’été

La fabrique du conte d’été, de Jean-André Fieschi.
Francia, 2005, 90’. v.o.s.e.
Único pase
Ciclo: Buscando a Rohmer
En colaboración con los Servicios Culturales de la Embajada de Francia en España y la Alianza Francesa

"La fábrica..." ofrece una oportunidad para ver a Rohmer, que tenía 75 pirulos cuando rodó el film protagonizado por Melvil Poupad (quien, por su parte, hace un par de años brilló en la emotiva Le temps qui reste, de François Ozon). Aunque el director luce delgadísimo, largo y encorvado como un junco, con un rostro de inquietantes rasgos cadavéricos, durante la filmación el tipo está más contento que pibe con chiche nuevo. Corre por la playa si se le canta, baila en una disco rodeado de jóvenes, besa en el cuello a una actriz para indicarle a Poupad cómo debe manejarse en una escena erótica. Todo lo hace con elegancia, con amabilidad, sin estridencias ni fanfarronería. Pero la película apenas nos muestra una pizca del maestro en su salsa, ya que la mayor parte del metraje se detiene en los ensayos de los actores, las tomas y retomas de diferentes situaciones, las grabaciones desde distintos ángulos de cámara y el transcurrir de los tiempos muertos en el set. Al principio el rejunte resulta cansino, rutinario, sin mayor vuelo que el de un diario de rodaje con apuntes anodinos. Hasta que en un momento la textura del video cede el paso al fílmico para incluir una secuencia completa de la película original. Es entonces cuando algo se enciende y uno por fin comprende por dónde venía el asunto.

Lo que uno siente es que quiere quedarse a vivir en esa secuencia, la verdadera, esa que es lo suficientemente perfecta como para haber llegado a la edición final, la única digna de la firma de Rohmer, en donde los actores ya no son actores sino personajes que aman y sufren, porque están convencidos, porque están en el centro del plano y ninguna cámara intrusa los espía de costado. Tres o cuatro fragmentos del film original se intercalan a lo largo del making of y uno se engancha con esos bellos gajos aunque estén fuera de contexto, no importa si conocemos o no la historia que narra la película. Es eso que alguien alguna vez rotuló como “magia del cine”, esa especie de aura que refulge y escapa a toda descripción, detentando una sola certeza: esa epifanía es patrimonio del arte y no de la industria.

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