de Lajos Kolti
Hungría, Alemania y Reino Unido, 2005. 140’. v.o.s.e. 35 mm
La Cinemateca Estrena
Próximo pase: Domingo 20 de enero, 18 h
Sin destino está basada en la novela homónima de 1975 de Imre Kertész, escritor húngaro Nobel de literatura en 2002. El mismo se ha encargado del guión y según dicen (no he leído la novela) ha agregado más de lo que cuenta en ella sobre su propia experiencia como sobreviviente de los campos de concentración nazis.
Inteligentemente el film no construye héroes ni se regodea en la barbarie, aunque las muestras de dolor inevitablemente afloran por el tema que encara. Pero así como el director Lajos Koltai –destacado director de fotografía de István Szabó– acierta en determinadas elecciones estéticas (el tono gris arratonado en el comienzo, la falta de color literal que parecería dar cuenta de un mundo sumido en las sombras, esas ventanas que dejan igualmente pasar la luz –toda esa fuerza– mientras el protagonista ve a través de vidrios difuminada, multiplicada, borrosamente)... falla en otras. A veces roza el peligroso límite de la estetización de la muerte. Hay escenas en los campos donde la luz, la fotografía, la puesta de cámara y la banda sonora de Enio Morricone (que más en general me parece un exceso melodramático) se acercan a aquello que Serge Daney supo observar y criticar en el famoso travelling de Kapo (cuando la cinta de Pontecorvo muestra la muerte de una prisionera de una manera éticamente cuestionable). Y otra vez se repite equivocadamente la famosa escena de las duchas de la tramposa La lista de Schindler. Por no mencionar lo que sucede con el soldado estadounidense –directamente fuera de lugar– y la condescendencia histórica para plantear el horror de lo que se viene: Hungría bajo la égida soviética en la divisoria que las potencias triunfantes realizaron sobre el mundo de posguerra.
Por último quisiera destacar dos puntos muy valiosos que Sin destino despliega con acierto irreprochable. El primero es la respuesta que Gyuri le da a un hombre (quien le paga el boleto en el micro al que sube para llegar a su casa) sobre qué es lo que siente. El joven dice odio y esa respuesta es poderosa; más poderosa incluso que la efectista mirada a cámara que aparece en otro momento dentro del campo de concentración. El segundo es la idea de que los campos de exterminio no son el Infierno, porque éste no existe y Auschwitz sí. No encuentro una manera más efectiva de expresar que el programa nazi fue el punto más alto al que llegó el racionalismo humano. No fue una locura ni un castigo divino, sino un plan sistemático y meditado.
Javier Luzi. Cineismo.com
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