Honor de caballería (Honor de cavalleria)
de Albert Serra.
España, 1006. 110'. V.O.S.E. 35 mm
Último pase
de Albert Serra.
España, 1006. 110'. V.O.S.E. 35 mm
Último pase
Una película como Honor de cavalleria se convierte de inmediato en carne de festival (ahí está la flamante selección para la Quincena de Realizadores en el último Cannes) y de dos o tres salas minoritarias y, muy probablemente, semivacías. Pero esta condición de marginalidad viene impresa en su propia concepción de película desesperadamente libre, con ese punto de admirable y contagiosa locura (quijotesca, claro) que desprecia sin concesiones todo atisbo de convención dramática.
Albert Serra levanta una obra concebida a contracorriente, una adaptación libérrima del Quijote, casi irreverente, pero en cierto modo respetuosa con el desbordante espíritu de la novela. El director catalán recoge la esencia última de la novela de Cervantes, que no es la aventura sino el viaje, o en todo caso la aventura del viaje mismo, no necesariamente físico; el viaje como búsqueda, como ideal, como utopía y, por lo tanto, muy parecido al proceso de la locura. No hay molinos, ni mesoneros, ni Dulcineas, sólo el caballero de la triste figura (que de puro triste es patética), su fiel Sancho (que de puro fiel es un fantoche) y algún incierto objetivo que, en todo caso, les espera al final del camino, un camino sin trazar, un camino más metafórico que real, más espiritual que físico. (...)
Albert Serra levanta una obra concebida a contracorriente, una adaptación libérrima del Quijote, casi irreverente, pero en cierto modo respetuosa con el desbordante espíritu de la novela. El director catalán recoge la esencia última de la novela de Cervantes, que no es la aventura sino el viaje, o en todo caso la aventura del viaje mismo, no necesariamente físico; el viaje como búsqueda, como ideal, como utopía y, por lo tanto, muy parecido al proceso de la locura. No hay molinos, ni mesoneros, ni Dulcineas, sólo el caballero de la triste figura (que de puro triste es patética), su fiel Sancho (que de puro fiel es un fantoche) y algún incierto objetivo que, en todo caso, les espera al final del camino, un camino sin trazar, un camino más metafórico que real, más espiritual que físico. (...)
Un texto de Carlos Balbuena
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