" Ya es hora que el arte deje de ser bufón de la corte"

Vladiir Mayakovski (1893-1930). Poeta, comediógrafo


sábado, 24 de octubre de 2009

Cinemateca UGT. Domingo 25 de octubre, 18 h: Mishima, de Paul Schrader


Mishima (Mishima: A life in four chapters), de Paul Schrader
USA, Japón, 1985. 96. v.o.s.e. Digital
Ciclo: La Cinemateca estrena (I)
Último pase


(...) Los cuatro capítulos escogidos por Schrader fueron: una dramatización del 25 de noviembre de 1970, cuando Mishima acabó con su vida abriéndose el estómago con una espada, en el despacho de un general del ejército japonés (el ritual se llama seppuku y termina con el principal involucrado decapitado); y tres espléndidas puestas en escena extraídas de las novelas El templo del pabellón dorado, La casa de Kyoko y Caballos desbocados. Además, aquí y allá, entran flashbacks donde conocemos al Mishima niño, adolescente y adulto, el Mishima bisexual que le dedicó tanto tiempo al cuidado de su cuerpo como al de su mente, el Mishima que creó un ejército privado para devolver el honor a los soldados japoneses, que se fue a los 45 dejando 35 novelas, 25 obras de teatro, 200 cuentos cortos y 8 volúmenes de ensayos. Creo que jamás había visto una película de tan jugada estructura narrativa. Paul Schrader, que conoce y ama la obra de Mishima, decidió contar la vida de un creador a través de sus creaciones, tratando de entender qué pasaba por la cabeza del escritor durante esos procesos, qué sucesos personales lo llevaron a escribir lo que escribió, porqué esas novelas y no otras. De pronto, esa es la única o la mejor forma de armar la biografía de los creadores: dándole vida a sus creaciones. No sé. No puedo estar seguro. Lo cierto es que Paul Schrader, como Hernán Cortés cuando supo que sus hombres querían volver de México a España, quemó las naves y se quedó allá, en el mundo que estaba explorando y que, de alguna manera, conocía de memoria. Schrader, qué duda cabe, había vivido en las páginas de Mishima durante años y, cuando llegó la hora de ponerlas en la pantalla, le dio al mundo del cine una lección muy Mishima: es la vida la que tiene que ser una obra de arte, y no al revés. Si Mishima hubiese sido, en efecto, la última película de Schrader, hecha justo cuando él pudo haber usado sus poderes para el mal, Schrader sería el cineasta perfecto, el héroe, el mártir, la razón para estrellarte contra el mundo y salir volando en mil pedazos.


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