" Ya es hora que el arte deje de ser bufón de la corte"

Vladiir Mayakovski (1893-1930). Poeta, comediógrafo


lunes, 1 de diciembre de 2008

Casi 20 años no es nada (VIII)


Cabeza borradora (Eraserhead), de David Lynch
USA, 1977
Fue proyectada en la Cinemateca UGT el 11 de noviembre de 2001
dentro del ciclo: Fantástico Lynch

Un crítico definió Cabeza borradora como la película de un pintor, y tal vez sea esa la clave de la originalidad y la importancia de la obra de David Lynch en el paisaje cinematográfico de los últimos veinticinco años. La mayor parte de directores contemporáneos son cinéfilos, su formación cultural se basa principalmente en el cine, y esto produce nuevas películas que son refritos, aunque muy bien cocinados algunas veces, de películas anteriores. A pesar de la maestría con la que directores como Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Bertrand Tavernier o muchos otros asimilan y sintetizan su enorme cultura cinéfila, el séptimo arte va convirtiéndose cada vez más en algo cerrado sobre sí mismo y en cierto sentido en un callejón sin salida donde la sorpresa y la originalidad desaparecen. Cuando irrumpe alguien como David Lynch, proveniente de otro mundo como es la pintura, y que es capaz a través de un excepcional talento de plasmar en sus películas las técnicas que usa en sus cuadros para crear ambientes y transmitir sensaciones, todo el mundo del cine se rejuvenece, y el espectador tiene la agradable y rarísima sensación de estar viendo algo nuevo que no le recuerda a nada de lo que ha visto antes. Lynch no sólo es uno de los mejores cineastas de esta o de cualquier época, sino que es una figura imprescindible en el cine contemporáneo

Cabeza borradora es, por todo ello (y mucho más), una experiencia al límite. Al límite de la vanguardia, al límite de lo racional y, sobretodo, al límite de la cordura. Lynch, al igual que ha demostrado en todas sus obras posteriores, es el cineasta que mejor conoce la mente humana, el único que puede sacar a la luz la mezcolanza de deseos, represiones o actos inaceptables que discurren por nuestro interior en las horas de sueño. Todo ello, afortunadamente, en la catártica oscuridad de una sala de cine.

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