Mala noche,
de Gust vant Sant.
USA, 1985.78’ . V.O.S.E.
Ciclo: La Cinemateca Estrena.
Último pase
Un debut premonitorio
de Gust vant Sant.
USA, 1985.
Ciclo: La Cinemateca Estrena.
Último pase
Un debut premonitorio
Gus Vant Sant es un cineasta mucho más de poéticas que de estéticas. Y, en todo caso, refleja su poética con una cierta estética del desencanto depositada en los rostros, en los cuerpos que traspiran un malestar inabarcable, una fragilidad escurridiza. Así es ahora, cuando el patetismo de su poética ha alcanzado una asombrosa sofisticación, una esencialidad inquebrantable, y así se refleja también en su primera película, Mala Noche, en la que la precariedad, la urgencia, cierta torpeza y las ataduras formales y estéticas de las inevitables influencias (de un lado, el Indie que comenzaba a aflorar en Estados Unidos; de otro, la alargada sombra de un Jonas Mekas a la cabeza del New American Cinema) no esconden la fascinación visceral y la imperiosa necesidad de plasmar cuerpos y rostros confusos en un extraño desarraigo físico y emocional.
Estrenada ahora, con más de veinte años de retraso, y si duda al olor del renovado prestigio crítico que en festivales y círculos más o menos elitistas ha alcanzando Gus Vant Sant tras su fascinante y críptica trilogía de la muerte (compuesta por Elephant, Gerry y la recién estrenada Last Days), Mala Noche no puede verse sino como una especie de precuela de la obra posterior de un cineasta que no ha parado de experimentar hasta encontrar un estilo lo suficientemente sofisticado como para plasmar toda esa incontinencia poética. No podemos evitar tener una amplia perspectiva histórica de la obra de Gust Vant Sant, por lo que verla con la mirada virgen, con esa fascinación adolescente con la que el protagonista homosexual observa, desea, los cuerpos de los dos chicos mexicanos, o con esa otra mirada, que es la misma, con la que Vant Sant observa a sus protagonistas, esa mirada, no nos engañemos, no podemos tenerla veinte años después. Aunque lo que sí podemos es comprender la necesidad, la urgencia, la pasión de un Vant Sant primerizo no por convertirse en cineasta (lo que, a juzgar por algunos de los hallazgos formales y soluciones narrativas, era inevitable tarde o temprano) sino por expresarse, por comenzar a explorar las capacidades expresivas que se esconden detrás del objetivo de una cámara de cine: la mirada, el punto de vista, el estilo.
Estrenada ahora, con más de veinte años de retraso, y si duda al olor del renovado prestigio crítico que en festivales y círculos más o menos elitistas ha alcanzando Gus Vant Sant tras su fascinante y críptica trilogía de la muerte (compuesta por Elephant, Gerry y la recién estrenada Last Days), Mala Noche no puede verse sino como una especie de precuela de la obra posterior de un cineasta que no ha parado de experimentar hasta encontrar un estilo lo suficientemente sofisticado como para plasmar toda esa incontinencia poética. No podemos evitar tener una amplia perspectiva histórica de la obra de Gust Vant Sant, por lo que verla con la mirada virgen, con esa fascinación adolescente con la que el protagonista homosexual observa, desea, los cuerpos de los dos chicos mexicanos, o con esa otra mirada, que es la misma, con la que Vant Sant observa a sus protagonistas, esa mirada, no nos engañemos, no podemos tenerla veinte años después. Aunque lo que sí podemos es comprender la necesidad, la urgencia, la pasión de un Vant Sant primerizo no por convertirse en cineasta (lo que, a juzgar por algunos de los hallazgos formales y soluciones narrativas, era inevitable tarde o temprano) sino por expresarse, por comenzar a explorar las capacidades expresivas que se esconden detrás del objetivo de una cámara de cine: la mirada, el punto de vista, el estilo.
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