Irán, Francia, 2002. 92’. V.O.S.E. Digital
Duetto Kiarostami
Duetto Kiarostami
Único pase
La sucesión de personajes que desfilan frente a la cámara en esta pelícla, bien podrían estar sacados de cualquier esquina, de cualquier ciudad en el mundo. Hasta que no observamos a la mujer con su velo (esto ocurre luego de varios minutos),podríamos sospechar de que se trata de una película de otro origen. Pero al observar que la cámara queda tomando al niño con el que comienza la película por todo ese tramo, ya podemos intuir que estamos ante una película del maestro iraní.
Las diez historias que integran el relato, giran en torno a la mujer, también conductora del automóvil, como lo hacen gran parte de las películas procedentes del llamado nuevo cine iraní. Por el rodado pasan una serie de personajes: un niño, una prostituta, una mujer desdichada. Allí, el espacio y el tiempo se dan de tal manera de inducir al espectador a la reflexión: no hay dinamismo en las escenas, hay tráfico que entorpece, hay naturalidad en los actores. Todas condiciones para que el espectador sea un pasajero más en el viaje, y contemple.
Si en El Sabor de la cereza la cámara subjetiva miraba desde el auto hacia la tierra, ahora mira hacia adentro del automóvil. Desde las dos posiciones que toma, los personajes discuten, argumentan, gritan y ríen. Varían y progresan las emociones con la trama, que a su vez gira en círculos (los personajes se suben al automóvil una y otra vez). Esa circularidad se hace rutina: el niño sube y discute con su madre todas la veces, por lo mismo. En cada viaje busca mejorar la relación (“Tu siempre me estás corrigiendo, Mamá” dice el personaje) como el protagonista de El viento nos llevará buscaba mejorar la recepción de su celular, cada vez que subía a la montaña.
El cine de Kiarostami es un cine de tiempos muertos. En los primeros quince minutos, vemos el rostro del niño mientras discute con la madre sobre la separación de los padres. Durante este lapso, la voz de la mujer aparece en off. Este detalle (muy usado en el cine del iraní) ayuda a no provocar distracciones innecesarias, a concentrarnos en el rostro del niño, en su movimientos y gestos. El director recrea así una realidad, o en otra palabras, construye un falso documental.
Al fin y al cabo, Kiarostami nos invita a mirar con su cámara a los personajes, ya que como él mismo dice “creo en un tipo de cine inacabado que ofrece grandes posibilidades y tiempo a su público. (...) Le pertenece a los espectadores y corresponde a su propio mundo”.-
Germán Feans
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