Esta vez los Dardenne no han ganado la Palma de Oro en Cannes sino el premio al mejor guión, un premio bastante justo y simbólico. El silencio de Lorna es una película que supone un ligero viraje en el estilo hiperdefinido de los cineastas, una forma de estar y de mirar que rompe con lo que nos tenían acostumbrados tras La promesa. Sus temas habituales están aquí pero contenidos en la interioridad silenciosa del personaje de Lorna, una joven albanesa envuelta en una situación hitchcockiana: tras haber contraído matrimonio de conveniencia con un drogadicto, se enamora de quien debe contribuir a asesinar por sobredosis, por orden de la mafia rusa. Bajo la angustia habitual de las películas de los Dardenne (el crimen como producto monstruoso de una cierta miseria social, siempre haciendo elecciones cruciales, vitales, de graves consecuencias que influirán en la evolución que sufre la heroína) se desvela una mecánica bastante nueva: mejor escrita, con una cámara más distante y más pausada, la película agota todas las hipótesis dadas por su situación de partida (extraordinarios momentos de duda y de indecisión, formidable juego de rupturas y de acosos) para volver poco a poco a los raíles de películas anteriores. Confirmación de una maestría exhultante y de la facultad que pertenece sólo a los mejores: rehacer siempre el mismo film sin jamás dar la sensación de estar estancado.
Si Vértigo Films no se atreve a exhibirla, teniendo su distribución, por qué no unos valientes como los de esta casa, y seguro que sin provocar bostezos.
Si Vértigo Films no se atreve a exhibirla, teniendo su distribución, por qué no unos valientes como los de esta casa, y seguro que sin provocar bostezos.
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