" Ya es hora que el arte deje de ser bufón de la corte"

Vladiir Mayakovski (1893-1930). Poeta, comediógrafo


jueves, 24 de diciembre de 2009

QUE LA CINEMATECA ESTRENE ...

LOS LÍMITES DEL CONTROL

Tras el éxito de Broken Flowers en Cannes y en las salas de exhibición podía parecer que Jim Jarmusch optaba por hacer un nuevo tipo de cine, menos minimalista, menos arty, más psicológico y sentimental. En cambio, Los límites del control supone una vuelta a su cine anterior, el de las rutas y extensiones a recorrer, sustituyendo, en esta ocasión, New York por Madrid y los grandes espacios americanos por los paisajes del sur de España, el del héroe taciturno y silencioso, al estilo de Forest Whitaker en Ghost Dog, del que no se sabe nada, sin pasado ni vida privada, sin nombre, que ejecuta de forma mecánica su misión, sin perder su impasibilidad. Da vida a este personaje Isaach de Bankolé, que ya ha aparecido en varias películas de Jarmusch en papeles secundarios, presente en todos los planos y que presta a su personaje su impresionante poderío físico y su presencia vigorosa de atleta. Pero el director abusa de planos pseudo-poéticos interminables sobre él bebiendo café, acostado, haciendo Tai-chi, intercambiando cajas de cerillas con otros personajes, dentro de un guión inexistente, ensimismado, pomposo, pretencioso, repetitivo y que no conduce a nada.

En este mundo rarificado, entre planos desiertos y zonas urbanas poco frecuentadas, cada hecho (dos obreros que transportan una bañera, un helicóptero sobrevolando una plaza…) parece querer significar algo, que sólo sabrá interpretar el director y el hermenéutico protagonista, falsas pistas, detalles inútiles (el discurso de John Hurt puede llegar a provocar la hilaridad cuando habla de los bohemios, Tilda Swinton, ridícula con su peluca blanca, la cita de Rimbaud al comienzo de la película, su propio título), frases sentenciosas por todos lados, la repetición narrativa como principal arma estética. El guión hueco, banal y deslavazado, que cae en lo folclórico, tablao flamenco incluido, a lo Almodóvar, nombrado en los agradecimientos finales, nada sincero, nada honesto, sólo es salvado por la fotografía de Christopher Doyle y por la puesta en escena, donde las superficies acristaladas de las construcciones modernas, las curvas de la arquitectura madrileña y el tiempo demorado componen un fascinante kaleidoscopio visual y sonoro que evoca el cine de Antonioni. Y menos mal que por el final de la película aparece la maravillosa y desaprovechada Hiam Abbas, y que se quite de en medio Paz de la Huerta.

No hay comentarios: