" Ya es hora que el arte deje de ser bufón de la corte"

Vladiir Mayakovski (1893-1930). Poeta, comediógrafo


martes, 3 de noviembre de 2009

Nicolas Echevarría


Echevarría, Nicolás. Tepic, Nayarit, 1947

Músico, pintor, productor, director, guionista, fotógrafo y documentalista de cine. Abandonó sus estudios de arquitectura para entrar en el Conservatorio Nacional de Música de la Ciudad de México. Estudió composición en 1969 en el taller fundado por Carlos Chávez, y un año después fundó junto con Mario Lavista el grupo de composición Quanta. En 1972 inició sus estudios sobre cine en Milenium Film Workshop de Nueva York, y sobre animación en la School of Visual Arts. Posteriormente se especializó en el documental sobre el mundo indígena, tema que abarcará casi toda su producción cinematográfica.

A su regreso a México, en 1973, dirigió su primer cortometraje documental en 16 mm, titulado Judea. Semana Santa entre los coras, en el cual da testimonio de los rituales religiosos de la población aborigen de Nayarit. Lo mismo sucede con su mediometraje Tesgüinada, Semana Santa Tarahumara (1979), pero con la diferencia de que los protagonistas son gente de la sierra de Chihuahua.

La línea temática y la principal atención de Nicolás Echevarría es la religiosidad, aunada con la visión indígena y el ambiente místico que envuelve cada uno de los espacios que este realizador ha filmado a lo largo de su trayectoria. Echevarría realizó dos cintas que retratan a seres sumamente interesantes: María Sabina. Mujer espíritu (1979) y Niño Fidencio, taumaturgo de Espinazo (1981). El primero, su primer largometraje, se acerca a la figura de la octogenaria curandera zapoteca y la presenta de una manera “natural y en plena libertad de movimiento que nunca posa para la cámara, simplemente se muestra, interactúa, conversa en su lengua nativa y acomete sus ceremonias mágicas”

Nicolás Echeverría es también autor de los documentales Hay hombres que respiran luz (1976), Los conventos franciscanos en el antiguo señorío Teochichimeca (1976), Flor y canto (1978) y Poetas campesinos (1980), así como Los enemigos (1989) y De la calle (1989), los cuales son registros de la obras de Sergio Magaña y Jesús González Dávila, respectivamente. También realizó De película (1989) y La pasión de Iztapalapa (1994). Fue también becario de la Rock Foundation para realizar una serie televisiva en colaboración con el antropólogo Alan Lomax para la Universidad de Columbia en Nueva York durante 1983, así como miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte en México en 1985.

En 1986, Echevarría obtuvo la beca Guggenheim. En 1990, concluyó la cinta que más retrasos tuvo a lo largo de su carrera como director: Cabeza de Vaca (1990). Esta película representó toda una travesía para el realizador iniciada en 1986. En ella participaron distintas instancias productoras: IMCINE, Producciones Iguana, Fondo de Fomento a la Calidad Cinematográfica, la Cooperativa José Revueltas y los gobiernos de Nayarit y Coahuila, Radio y Televisión Española, Fundación del V Centenario de España y el Canal 4 de Inglaterra, entre todas lograron reunir un presupuesto de 900 mil dólares, contra los 400 millones de pesos que iba a aportar CONACINE en un inicio.

La cinta está basada en el libro Naufragios del cronista Alvar Núñez Cabeza de Vaca, que describe la saga alucinante de la expedición de Pánfilo de Narváez en la Florida en el año de 1528. Además, ha realizado varias series de televisión como: Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, en colaboración con Octavio Paz, para Televisa; Madero Vivo, La sucesión presidencial y La Cristiada, testimonios de una epopeya, para editorial Clío. Vivir mata (2001) es su más reciente película ficción, para la cual trabajó el guión junto con Juan Villoro, con quien ya ha realizado varios proyectos.

Su último trabajo es una cinta testimonial sobre el movimiento estudiantil de 1968, al cumplirse el 2 de octubre 40 años de la matanza de Tlatelolco. El siguiente paso, ha sido filmar una película documental basada en la investigación de dos años que realizó para el Memorial del 68.

La mirada de Echevarría tiene una rara virtud: logra estar cerca sin inducirnos a la parcialidad, consigue estar dentro como una suerte de testigo que se ha vuelto invisible de tan cercano, y que es doblemente respetuoso, respeta lo que ve: no lo juzga, no lo resume, y también respeta a los que vemos lo que él filma, nos trata como mayores, nos lleva cerca pero exige mirar con atención y paciencia, y lo que nos muestra no está digerido ni es un producto para nuestro entretenimiento, se ofrece un testimonio que refleja una mirada inteligente, sensible y paciente que invita a la reflexión pausada. Sus documentales son más parecidos a un buen ensayo antropológico -con capítulos y disquisiciones puntillosas- que a una película de Hollywood.

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